sábado, octubre 14, 2006

Hace años, en segundo de carrera, conocí a Marcelo. La historia que cuento ahora es real, aunque tenga la apariencia de cuento no hay ni pizca de ficción. Lo escribí hace lo menos ocho años, pero lo dejo tal cual, sin retocar. Lo único que puedo añadir es que los alcohólicos anónimos no existen. Marcelo me dijo que lo era. Le contesté que y un carajo, que se llamaba Marcelo, y que lo de alcohólico ya se arreglaría. Os dejo este retazo de mi vida, no comentéis bobadas.

"Hace unos instantes estaba ordenando las estanterías de mi dormitorio y me acordé de Marcelo.
Conocí a Marcelo en la puerta de la embajada francesa en Madrid. Los primeros días nuestra conversación era muy simple:
- Buenas tardes.
- Buenas tardes.
Nunca le di más importancia hasta que me pidió un cigarrillo. Fue ese día la primera vez que lo miré a los ojos y descubrí que detrás de esos harapos había una persona llena de enigmas y misterios, en fin, una persona.

Desde aquel día todas las tardes me pedía un cigarro. A las pocas semanas éramos amigos, íntimos amigos, pero el misterio de su vida lo fui descubriendo poco a poco, cada día un matiz de su fabulosa historia se me desvelaba, cada día profundizaba un poco más en su tragedia personal, y él en la mía.

Marcelo era un gitano de Triana, un poeta, artista de la guitarra y de la palabra, un humanista en su sentido más pleno, que recitaba a Lorca de memoria y se conmovía con un pajarillo. En otro tiempo tuvo éxito y viajaba de un lado a otro del mundo dando conciertos de flamenco. Sabía inglés y francés y no paraba de animarme a aprender idiomas, y que no bebiera, que no bebiera, por favor.

Ahora estaba ahí, tirado en una esquina, pidiendo dinero y cigarrillos. Era uno de esos alcohólicos anónimos, pero no era anónimo, era Marcelo, y estaba dejando la bebida para poder volver a Triana con su mujer.

Su hijo era bailarín. Cada vez que me hablaba de él lloraba. Algún día me lo encontré bebiendo. Me pedía perdón, sabía que yo le quería.

Un día, ordenando las estanterías de mi dormitorio caí en la cuenta de que hacía mucho frío. La tarde anterior estaba tocado y no aguantaría la noche a la intemperie. Fui a buscarle pero no lo encontré. Una viejecita me habló de una ambulancia que había recogido a un borracho.

Han pasado tres años y no lo he vuelto a ver. Y me he puesto ha pensar que quizá esté tirado en alguna esquina de alguna ciudad, y que la gente que pasa a su lado no le mira a los ojos y no descubre a una persona detrás de esos harapos, como yo durante tanto tiempo. Y por eso he dejado de ordenar mi dormitorio y he escrito esto, para que mires a mi Marcelo, a los marcelos del mundo, y descubras detrás de sus harapos, en sus ojos, personas, personas quizá mucho mejores que tú, con más corazón y con más poesía dentro".

7 comentarios:

Anónimo dijo...

y con esto nos quieres hacer comprender que los borrachos son buena gente?????venga porfavor.

Anónimo dijo...

Te sigo atentamente Artemi.

Artemi dijo...

No, que simplemente no hay que juzgar a la gente a la ligera, superficialmente. Me imagino que serás de los que catalogan a la gente por la ropa que llevan.

Anónimo dijo...

cooooooooomoooooooooo moooolaaaaaaaa.sigue asi,joder,sigue asi

Anónimo dijo...

escribes de una manera muy especial...me parece ke te falta sintetismo pero por lo demas veo una sensibilidad propia de un poeta de verdad.esa sensibilidad solo la e visto una vez...y a sido en mi mujer.disculpa ke este comentario vaya anonimo es ke no tengo cuenta en google pero ya me la are y are un blog donde te recomiende.un abrazo...un admirador solo para ti

Anónimo dijo...

mi padre es borracho.me gusta mucho como ablas de el.

Anónimo dijo...

te voi a seguir de cerca.me parece ke tienes personalidad