lunes, marzo 31, 2008

El vaso de plata, de Antonio Marí


Acabo de terminar El vaso de plata, de Antoni Marí (Libros del Asteroide, Barcelona 2008), novela iniciática en la que el autor, desde la mirada y la voz de un niño, nos relata catorce cuadros en apariencia independientes tomando como hilo conductor las catorce Obras de Misericordia. El narrador, ese chico que se pregunta por todo y que vive en continua busca y reflexión, no cuenta de modo lineal una historia; el tiempo es afectivo, no cronológico, poético y no narrativo. El marco es en todo momento minimalista, como los personajes, apenas esbozos, leves pinceladas. Los hechos que se narran, sencillos, mínimos, y quizás por eso, tan profundos. El gran acierto de esta novela es sin duda la voz narrativa y el tono espiritual, como de bodegón, de todas sus páginas. El viaje iniciático, esas aventuras mínimas pero, subjetivamente trascendentales, de la adolescencia, puede compararse con tantos libros del género. Por su lirismo me recuerda a esa novelita de Ayesta, "Helena o el mar de verano", pero también, por su forma, a esa obra maestra, "Adioses", de Luis de Castresana. Al prologuista, Martínez de Pisón, le recuerda a El Guardián entre el centeno, e intenta establecer paralelismos y diferencias con la novela de Salinger. Aparte de que me parece injusta la valoración que hace de la novela americana, como yo me acabo de releer Helena o el mar de verano, de Julián Ayesta (El Acantilado, Barcelona 2007), lectura que nunca me cansa, se me ocurría comparar ambas.


En la novelita de Ayesta el lirismo de la prosa es de una belleza insuperable, desde luego. En ambos libros el narrador es el niño que deja de serlo, y así, el innominado amigo de Helena nos hace partícipes de la emoción que siente tras la primera tertulia en la que le permiten estar con las personas mayores, de los sufrimientos, angustias y dudas que le producen pensar en el pecado, o entrelo que está bien y lo que está mal, y el gozo, la exaltación del descubrimiento del amor. Mucho más lírico y sensual, el protagonista de Ayesta es menos metafísico, si se quiere, menos espiritual que Miguel, el personaje de Marí. Sin embargo ambos viajes iniciáticos tienen muchos puntos de conexión: el marco apenas esbozado, donde sólo se describe con minuciosidad la intensidad de la luz, la técnica casi expresionista para describir a los personajes, el tiempo no cronólógico sino afectivo (verano, invierno, otra vez verano...), y la brevedad, que en ambos casos no es fortuita, más bien necesaria.

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