El espectador se aparta tranquilamente del artista, que no
ve la finalidad de su vida en un arte sin metas sino que persigue objetivos más
altos.
“Comprender” es formar y atraer al espectador al punto de
vista del artista. Antes dijimos que el arte es hijo de su tiempo. Tal arte
sólo puede repetir artísticamente lo que ya satura claramente la atmósfera del momento. Este arte, que no encierra
ninguna potencia del fururo, que es sólo un hijo del tiempo y nunca crecerá
hasta se engendrador del futuro, es un arte castrado. Tiene poca duración y
muere moralmente en el momento en que desaparece la atmósfera que lo ha creado.
El otro arte, capaz de evolución, radica también en su
periodo espiritual, pero no sólo es eco y espejo de él sino que posee una
fuerza profética vivificadora, que puede actuar amplia y profundamente.
La vida espiritual, a la que también pertenece el arte y de
la que el arte es uno de sus más poderosos agentes, es un movimiento complejo
pero determinado, traducible a términos simples, que conduce hacia adelante y
hacia arriba. Este movimiento es el del conocimiento. Puede adoptar diversas
formas, pero en el fondo conserva siempre el mismo
sentido interior, el mismo fin.
(…)
Él ve y enseña. A veces quisiera librarse de ese don
superior que a menudo es una pesada cruz. Pero no puede. Acompañado de burlas y
odio, arrastra hacia delante y cuesta arriba el pesado y obstinado carro de la Humanidad que no se
atasca entre las piedras.
Kandinsky: De lo
espiritual en el arte, trad. de Genoveva Dieterich, Ediciones Paidós
Ibérica, Barcelona 1997 (1ª edición alemana 1912), pp. 24-25