El proceso de “creación” –común a todos los hombres y por tanto conocido por cada uno de nosotros por experiencia interna- ocurre de la siguiente forma: un hombre barrunta o siente oscuramente algo que es para él perfectamente nuevo, que nunca ha oído a nadie. Este algo nuevo le impresiona, y en conversación ordinaria señala a otros lo que percibe, y para su sorpresa encuentra que lo que es patente para él es bastante invisible para los otros. Ellos no ven o no sienten lo que él les cuenta. Este aislamieto, discordancia o desunión de los demás, le perturba y verificando su propia percepción trata de comunicar de diferentes modos a los otros lo que él ha visto, sentido o comprendido; pero estos otros, aun así, no entienden lo que les comunica, o no lo comprenden como lo comprende o siente él. Y el hombre comienza a inquietarse don la duda de si él imagina o siente oscuramente algo que en realidad no existe. Y para resolver esta duda dirige toda su fuerza a la tarea de hacer “su descubrimiento” tan claro que no pueda haber la menor duda, bien para él o para las otras gentes, con respecto a la existencia de lo que él percibe; y tan pronto como esta elucidación esté completa y el hombre mismo ya no dude de la existencia de lo que él ha visto, comprendido o sentido, los otros enseguida ven, comprenden y sienten como él, y es este esfuerzo encaminado a hacer algo claro e indudable para él y para los demás lo que en principio para todos (para él y para los otros) estaba difuso y oscuro, lo que constituye la fuente a partir de la cual fluye la producción de la actividad espiritual del hombre en general, o lo que nosotros llamamos obras de arte, que amplían el horizonte de los hombres y les obliga a ver lo que anteriormente no era percibido.
Tolstoi, Lev, Sobre el
arte, int. De Ramón de La
Calle, trad. de M.Teresa Beguiristain, Cuadernos Teorema,
Universidad de Valencia, Valencia 1978, pp. 30-31
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