jueves, enero 18, 2007

Huid del escepticismo, de Christopher Derrick

De un discípulo de C.S. Lewis y admirador de Chesterton cabía esperar un brillante ensayo. La sorpresa, pues, no me la ha producido la precisión de la prosa, ni la belleza, ni la lucidez del pensamiento, realmente presentes a lo largo de todo el libro. También era lógico esperar un ensayo de corte humanista y cristiano, polémico, irónico y directo. Y así es.
Lo sorprendente ha sido la actualidad que posee este libro escrito hace treinta años. Derrick denuncia dos carencias de la educación; la falta de convicciones (afirma rotundamente que sin ellas no se puede educar, y no valen parches, como se pretende hacer ahora con la educación en España) y la necesidad de volver a una educación para la vida, para la excelencia, donde se deben cultivar especialmente la retórica y la oratoria. El alumno ya recibirá la educación especializada, servil, que le prepare para un trabajo, que le proporcione las herramientas y destrezas para desempeñar un oficio. Enseñémosle la libertad, por tanto.
Puede sonar un poco utópico todo este planteamiento, pero Derrick justifica la edición del libro con todas sus reflexiones porque ha encontrado un college donde todo esto ocurre de alguna manera.
Enseñemos pues, a nustros alumnos, hijos o amigos a danzar con la vida, a disfrutar del arte y a ser capaces de mantener conversaciones inteligentes, escribir textos maduros y recitar poemas de memoria, a mirar el mundo, a las personas y las ideas sin prejuicios, a elegir lo mejor y a desarrollar sus talentos; no capemos sus capacidades con el servilismo de la eficacia, el pragmatismo y la vaciedad espiritual. ¡Menudo reto para los que nos dedicamos a la educación! Y esos, no lo olvidemos, somos todos, que nadie se exima de esta responsabilidad.
Por cierto, cómo me ha recordado este libro a otro ensayo maravilloso que denunciaba hace ya más de un siglo la estúpida educación que estamos llegando a dar; hablo de Ariel, de Rodó. Disfrutaréis de ambas lecturas, complementarias y enriquecedoras.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

De un discípulo de C.S. Lewis y admirador de Chesterton cabía esperar un brillante ensayo. La sorpresa, pues, no me la ha producido la precisión de la prosa, ni la belleza, ni la lucidez del pensamiento, realmente presentes a lo largo de todo el libro. También era lógico esperar un ensayo de corte humanista y cristiano, polémico, irónico y directo. Y así es.
Lo sorprendente ha sido la actualidad que posee este libro escrito hace treinta años. Derrick denuncia dos carencias de la educación; la falta de convicciones (afirma rotundamente que sin ellas no se puede educar, y no valen parches, como se pretende hacer ahora con la educación en España) y la necesidad de volver a una educación para la vida, para la excelencia, donde se deben cultivar especialmente la retórica y la oratoria. El alumno ya recibirá la educación especializada, servil, que le prepare para un trabajo, que le proporcione las herramientas y destrezas para desempeñar un oficio. Enseñémosle la libertad, por tanto.
Puede sonar un poco utópico todo este planteamiento, pero Derrick justifica la edición del libro con todas sus reflexiones porque ha encontrado un college donde todo esto ocurre de alguna manera.
Enseñemos pues, a nustros alumnos, hijos o amigos a danzar con la vida, a disfrutar del arte y a ser capaces de mantener conversaciones inteligentes, escribir textos maduros y recitar poemas de memoria, a mirar el mundo, a las personas y las ideas sin prejuicios, a elegir lo mejor y a desarrollar sus talentos; no capemos sus capacidades con el servilismo de la eficacia, el pragmatismo y la vacied

Anónimo dijo...

No he leído el libro de Rodó, intentaré hacerle un hueco, tiene buena pinta. He aprendido una cosa importantísima con tu comentario sobre tus poemas. Me gustan los poemas pero creo que a veces tu forma de escribir (que es una forma de ser) empaña tu sensibilidad poética, por ejemplo, ¿por qué tienes que utilizar palabras tan macarras como "capemos"? No es pusilanimidad, ni esnobismo, es que el lenguaje es un res publica, estupendamente libre porque en ella cada uno habla como le da la gana, pero por ser cosa pública todos aportamos a su nobleza. Y ya que hablas de excelencia porque no introducir la elegancia en el lenguaje. Y si es que te gusta describir lo feo de la sociedad, la mejor forma de hacerlo es encendiendo la lámpara de la belleza. Gracias de nuevo por ser un poeta y no un teórico de la poesía. un quidam.

Anónimo dijo...

Tomo nota, pero la metáfora es expresiva. Además a los toros se les capa (a algunos, claro) y a otros muchos animales. Lo irracional, lo feo (no hay mucha diferencia) es hacerlo con las personas.