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domingo, mayo 30, 2010

Rilke, Pound y... Rodríguez

Termino de leer Casi una una leyenda, de Claudio Rodríguez y del mismo estilo, en lo esencial, que sus poemarios anteriores, aunque aquí está mucho más presente el tono elegíaco, aunque como siempre, en mi opinión predomina el canto, y es que, al fin y al cabo, "la muerte es bella". Acabo la lectura de CR con un propósito y una recomendación: el propósito, releerlo (tengo la puntita de decenas de páginas dobladas con poemas que me han fascinado). La recomendación, que vayáis a este artículo que me recomendó un lector en un comentario anónimo; es muy interesante.


También leí hace poco una Antología de Ezra Paund, (editorial Visor). Me quedo con este poema. Lo demás no me gustó, aunque no quede muy bien decirlo:

Los niños muy pequeños con ropa remendada,
atacados de una inusual sabiduría,
dejaron de jugar cuando ella pasó por el lado
y gritaron desde sus adoquines:
Guarda! Ahi, guarda! ch'e be'a!
Pero tres años después
oí al joven Dante, cuyo apellido no sé
porque hay, en Sirminione, veintiocho jóvenes Dante y treinta y cuatro Catulo;
habían realizado una gran pesca de sardinas,
y los mayores
las estaban empacando en grandes cajas de madera
para el mercado de Brescia, y él
dio un salto, tratando de agarrar los pescados brillantes
y tomándolos de ambos extremos;
y en vano le ordenaron: sta fermo!
y como no lo dejaron arreglar
los pescados en los cajones,
acarició los que ya estaban arreglados,
murmurando para satisfacción propia
esta idéntica frase:
Ch'e be'a.
Y ante eso me sentí ligeramente desconcertado.


Y un último libro de poesía, Elegías de Duino (Rainer Maria Rilke, Hiperión, Madrid 1999), este libro sí, en edición bilingüe, aunque para el caso... Las diez elegías fueron escritas entre 1912 y 1922. Antes de este libro leí una antología de Rilke que me gustó muchísimo, pero he de decir, aunque tampoco quede muy bien decirlo, que las elegías me han decepcionado. Me quedo con la novena, como con las sinfonías de Beethoven. Realmente hay algo de "belleza terrible" en este libro, pero ni sé racionalizarlo ni contároslo. Quizás sea la alergia, que me azota esta mañana sin piedad, y tengo que escribir casi mirando al techo. Uno siempre está deseando que deje de llover y llegue la primavera y luego... pues eso, a esperar el verano.

jueves, abril 15, 2010

El vuelo de la celebración, de Claudio Rodríguez

Sigo leyendo a Claudio Rodríguez y termino su cuarto y penúltimo libro, El vuelo de la celebración, y sigo perplejo ante la belleza y la sencillez del poeta, y me llama la atención la importancia que otorga a la luz, que materializa, y me recuerda, inevitablemente, a Eloy Sánchez Rosillo, el último, el de la celebración. Escribió Don de la ebriedad con diecisiete años, y ganó el Adonais por unanimidad (creo que nunca más ha sucedido). Y sigue escribiendo, efectivamente, con un mismo tono, cercano, amistoso, rural, pero cada vez mejor, más pulido, pero no por el artificio (él decía que escribía como le venía): el tiempo, que lo pule todo, y como dice Miguel d`Ors, es el mejor aliado del poeta. Así que me froto las manos pensando en Casi una leyenda.
Os transcribo este poema para que lo disfrutéis y para que observéis el parecido (a mí me lo parece) con Sánchez Rosillo.

Y para ver hay que elevar el cuerpo,
la vida entrando en la mirada
hacia esta luz, tan misteriosa y tan sencilla,
hacia esta palabra verdadera.

Ahora está amaneciendo y esta luz de Levante,
cenicienta,
que es entrega y arrimo
por las calles tan solas y resplandecientes,
nos mortifica y cuida,
cuando la sombra se desnuda en ella
y se alza la promesa
de la verdad del aire.

Es el olor del cielo,
es el aroma de la claridad,
cuando vamos entrando a oscuras en el día,
en la luz tan maltrecha por lo ciego
del ojo, por el párpado tierno aún para abrir
las puertas de la contemplación,
la columna del alma,
la floración temprana del recuerdo.

Tú, luz, nunca serena,
¿me vas a dar serenidad ahora?

lunes, febrero 08, 2010

Alto Jornal, de Claudio Rodríguez

Estoy leyendo la poesía completa de Claudio Rodríguez, (Tusquets, Barcelona 2009). El don de la ebriedad me recuerda que todo es un regalo del cielo y me asombra la magnanimidad del poeta que quiere dar su voz al aire para que en el aire sea de todos, e incluso sale de su voz esta queja:

qué sacrilegio este del cuerpo, este
de no poder ser hostia para darse.


El estilo es serio, el ritmo solemne, con verso blanco endecasílabo. Hace poco leí en esa curiosa historia de la literatura española de Umbral que a Claudio Rodríguez se lo tragó su estilo. Todavía no puedo opinar, pues ahora estoy leyendo su segundo libro, Conjuros, y ayer por la noche me detuve en este poema. Y me emociono por muchos motivos. Y como hoy es lunes y mira por dónde viniendo al trabajo me acordé del poema y como no tengo clase a primera hora decidí copiarlo, por si hay algún dichoso que ni lo sepa.


Dichoso el que un buen día sale humilde
y se va por la calle, como tantos
días más de su vida, y no lo espera
y, de pronto, ¿qué es esto?, mira a lo alto
y ve, pone el oído al mundo y oye,
anda, y siente subirle entre los pasos
el amor de la tierra, y sigue, y abre
su taller verdadero, y en sus manos
brilla limpio su oficio, y nos lo entrega
de corazón porque ama, y va al trabajo
temblando como un niño que comulga
mas sin caber en el pellejo, y cuando
se ha dado cuenta al fin de lo sencillo
que ha sido todo, ya el jornal ganado,
vuelve a su casa alegre y siente que alguien
empuña su aldabón, y no es en vano.