martes, enero 09, 2007

La esposa deseada, de Naguib Mahfuz

Siempre había tenido ganas de leer algo del nobel egipcio, y por fin lo hice. No es un libro extraordinario (quizá otros lo sean) pero La esposa deseada (Martínez Roca S.A., 2006) me ha interesado por dos motivos; por la voz narrativa, principal personaje de la novela (en ésta y en cualquiera) y por las conideraciones éticas tan interesantes que Mahfuz hace a lo largo de la historia.

Izzat, el protagonista de la novela, es un niño mimado por una madre viuda de cincuenta años, mujer de una personalidad extraordinaria y admirada en su barrio por su belleza y su fortuna. Cuando empieza la escuela, Izzat se hace amigo de Hamdún y se enamora a primera vista de Badriyya, dos personas que marcarán toda su vida; cada vez se deja influir más por su amigo y se obsesiona más con Badriyya, quien ya no es una niña. El joven desea casarse con ella pero pronto Hamdún y Badriyya se fugan juntos, dejando a Izzat solo con su madre. Pero toda la desgracia de su vida, que aquí comienza, se debe a la falta de capacidad de decisión de Izzat; es incapaz de tomar una resolución que exija renunciar a algo, aventurarse en lo desconocido. Padece una abulia que es muy sintomática de la educación que recibe, pero lo más interesante de todo es que esa abulia, esa parálisis, esa falta de voluntad y carácter, de personalidad, es muy habitual, me parece, en nuestra sociedad, en las sociedades en las que los niños tienen de todo, y como lo poseen todo no necesitan lo más importante, una lograda personalidad.
Una última consideración; el libro muestra cómo los universales lo son, cómo todo el mundo tiene presentes lo bueno y lo malo, cómo la conciencia pasa factura a nuestros errores del pasado por mucho que queramos disfrazar o justificar nuestras culpas. En ese sentido me ha recordado, salvando las distancias, a Dostoievsky. La vida frustrada de Izzat no puede ser redimida porque las oportunidades que la vida le va ofreciendo las desaprovecha. Y las desaprovecha por esa falta de carácter. Y lo sabe.

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