jueves, junio 21, 2007
A propósito de un cuento de Rubén Darío
La lectura de un cuento de Rubén Darío me ha hecho reflexionar algo sobre la condición del relato fantástico como manifestación epistemológica, social y política del XX. Pero quizás, y ahora que utilizo este “quizás” me doy cuenta de que todo es más complejo de lo que parece, la esencia que define el relato fantástico del pasado siglo sea precisamente su condición de relatividad, su postura escéptica ante el conocimiento de la realidad. Así es; el subgénero del cuento fantástico en el Modernismo se orientó principalmente hacia la puesta en cuestión de los pilares epistemológicos, e incluso ontológicos, sobre los que se sostenía el pensamiento de la época: la ciencia y la razón. Pero este desarrollo, en la cuentística de Rubén Darío, traza una línea para ir adquiriendo formas más hondas y trascendentes, que recogerán Cortázar y Borges, entre otros.
Rubén Darío no acude al relato fantástico como podría haberlo hecho cualquier otro escritor de su época; a esas alturas de su carrera literaria Rubén Darío ya ha tomado plena conciencia de su americanidad, y el cuento, que es considerado como uno de los primeros que se escriben sobre la Revolución Mexicana (tema clásico en la literatura del continente) nos habla de ese país, de sus primitivas costumbres y de su realidad social en el momento en el que es escrito, con los fusilamientos por parte del Padre Reguera incluidos. Nos habla también de política, de drogas y de alcohol.
“Huitzilopoxtli, Leyenda mexicana”, fue publicado en el Diario de Centroamérica (Guatemala 1915), y recogido por Fidel Coloma González en su antología (Rubén Darío, antología verso y prosa, México 1991, pp. 251-255). La leyenda, como la denomina Rubén Darío, nos la cuenta un periodista del que desconocemos su nombre, nacionalidad, edad… Sin embargo, ya desde el principio van surgiendo nombres históricos reales que nos son muy familiares: Porfirio Díaz, Pancho Villa, Madero, Carranza, el Padre Reguera, etc.
El periodista, en compañía del médico yanqui John Perhaps y del padre o coronel Reguera se dirigen hacia un lugar donde se encuentra un destacamento de Carranza. Por el camino tienen que pasar varios controles de indios que Rubén Darío nos los presenta descalzos. El cuento podríamos dividirlo en dos partes, una primera en que el narrador y el Padre Reguera hablan y en esta conversación ya aparecen las dos características que hemos señalado como definidoras del relato fantástico; efectivamente la conversación se polariza en dos temas: la política y los dioses extraños, los dioses de la tierra. Durante la conversación entre ambos John Perhaps va separándose de los dos, pero aunque al principio el periodista le da importancia termina por olvidarse de él y ya no se sabe más del norteamericano hasta la última parte del cuento, cuando aparece involucrado de lleno en el fenómeno misterioso que observa el periodista.
Según nuestra división la segunda parte del cuento sería la “visión”, nunca sabremos si real o producida por las drogas que ingiere el narrador (el padre Reguera sólo tenía tabaco mezclado con marihuana). Durante la noche, el protagonista escucha un “vago rumor de voces humanas… alternando de vez en cuando con los aullidos de los coyotes”. Curioso, se acerca hacia el lugar de donde provienen las voces y en la espesura de la selva contempla un enorme ídolo de piedra, altar al mismo tiempo, como él dice y como se manifiesta más adelante, pues allí se está realizando un sacrificio cuya víctima es John Perhaps (“quizás” en inglés, no lo olvidemos). Aunque según el testigo del acontecimiento “es imposible detallar nada”, nos cuenta cómo unos cuantos indios (que él ya conocía, pues le habían estado sirviendo antes) danzan en torno al ídolo, que resulta ser Teoyaomiqui, diosa mexicana de la muerte. Acuden los coyotes que forman un círculo que rodea el altar donde está siendo sacrificado Perhaps. Nunca más se sabe nada de Perhaps.
En general se puede decir que la utilización de lo fantástico como vía de acceso para las divagaciones metafísicas, ontológicas, o simplemente sociales, que no es el caso de este cuento, dice mucho de la madurez narrativa (la poética nadie la pone en duda) dentro del subgénero que venimos tratando. La conclusión a la que se puede llegar leyendo éste o cualquier otro relato fantástico (este cuento no es una excepción en la obra del nicaragüense; cuentos como “Thanathopia” (1893), “Salmón negro” (1899), “La pesadilla de Honorio” (1994), “La Larva” (1910), “El caso de la señorita Amelia” (1894), o “Verónica” (1896), entre otros muchos y que tratan temas muy diversos que van desde los saberes ocultos, como ocurre en el primero de los cuentos que hemos citado, hasta el mundo de la droga, como en el presente, o en el todavía más sugerente “Cuento de Pascuas” (1910)) es la puesta en duda de toda capacidad de conocimiento por parte del hombre. Recordemos algunos cuentos de Borges (“Tema del traidor y el héroe”), de Cortazar (“Continuidad de los parques”), etc. ¿Qué es verdad? ¿Qué es ficción? ¿No se puede deshacer el hombre de su carga de subjetividad? Sin duda, los grandes escépticos del siglo XX no fueron filósofos. El relativismo radical que padecemos se divulgó a través de la literatura.
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