Los tres profesores salieron del colegio a las cinco y dieciséis. Subieron la cuesta que les llevaba hasta el cruce con Doctor Esquerdo. Iban comentando ciertas incidencias del día, contrariedades y alegrías por fracasos o avances mínimos, a los ojos de alguien ajeno a su profesión insignificantes, transcendentales para ellos: Fulanito ya pronuncia la s, Menganito no aprobó el examen de recuperación, a los padres del otro les preocupa la pereza de su hijo (ya era hora que se dieran cuenta), a ver qué tal el concurso de lectura de mañana.
El del traje gris iba a cruzar con el monigote parpadeando. El del traje negro lo paró. El del traje blanco sugirió cruzar por el otro semáforo (lógico, iban a la esquina opuesta de un cuadrado. El del traje gris se negó en rotundo. El del traje negro intentó razonar. El del traje blanco en sus trece. El del traje gris en sus trece. Todo hubiera acabado en puños, creo, si no hubiera sucedido aquello. Un ruido fuerte, de golpe. Una puerta volando. Un coche a la deriva y a mucha velocidad. Otro golpe, ruedas pinchadas. El coche descontrolado salta a la acera y se para ya en el jardín. Una mujer enajenada. Veinte personas pálidas. No pasó nada, misteriosamente. Pero sí hubiera pasado algo si un hombre con cierto traje no hubiera decidido más saludable discutir sobre cualquier asunto, por ejemplo, sobre por qué semáforo cruzar. Certifico, desde esa mirada en la que me encuentro escribiendo, que si los hombres del traje hubieran hecho lo lógico, cruzar por el otro semáforo, y no se hubieran puesto a discutir, que nadie, con absoluta seguridad, contaría hoy esta pequeña crónica del barrio.
2 comentarios:
Artemi!
Quería avisarte que hace poco he actualizado los blogs de Tinta y Ceniza el mío mismo así que si te puedes dar una vuelta y mirar un poco a ver qué te parece...
Espero que te guste lo nuevo!
Un abrazo
Por supuesto que lo haré, gracias por avisar
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