Poema en cuartetos

Un poema escrito en cuartetos, comenzado hace tiempo y acabado ahora mismo, se ambienta en un locus amoemus, daltónico, por supuesto, y por eso más bello. Como no sé si se entiende lo que quiere decir lo explico. Me enseñó el autor de La carretera, Mc Carthy (creo que se escribe así); la belleza está en muchos sitios, de manera radical en la naturaleza (ayer me fui de picnic, por cierto), pero donde se nos muestra de modo más simple y completo es, sin duda, en el ser humano.

El cielo verde del atardecer
Dibuja la frontera con la tierra
Y al aproximarme, lento, a la sierra
Veo moradas montañas renacer.

La noche cae, los astros aparecen
Poquito a poco, como debe ser,
Después obliga la hoguera encender
El fresco. Mirar y escuchar ya ceden

Su sitio al vino y la conversación.
Amanece. Rocío escancia las pardas
Estepas castellanas. Te retardas,
Sol, levanta, arriba, contemplación

De espejismos de luz sobre la yedra
Mientras la verde hierba reverbera
El matiz de una nueva primavera:
El color del cielo y de la piedra,

El río con su susurro asombroso,
Los álamos, las sombras lo desvelan
A gritos quedos, con fuerza revelan,
Otra vez, la belleza. Silenciosos

Quietos, absortos, la tarde nos encuentra,
Nuestros rostros por el sol ya dorados.
Nos sorprende así, a los dos, sentados
Mirándonos los ojos, y se adentra

En nuestro ser una luz más certera,
La que irradian nuestras miradas
Vueltas en sí y en extremo alucinadas.
Su sonrisa, su alma es, sí, mas certera.