viernes, diciembre 15, 2006

Cuentos de Malá Strana, de Jan Neruda

Cuando estudiaba la carrera asistí a una conferencia del director del teatro de cámara Chejov. Nos describió una anécdota que yo entendí perfectamente, porque había leído todas las obras de teatro de Chejov y casi todos sus cuentos. La anécdota era que después del rotundo fracaso de Chejov en el estreno de su primera obra lo pasó fatal, con depresiones. Escribió una segunda, La Gaviota. En el estreno había gran tensión. Allí estaba también Chejov. La obra concluyó. Nadie aplaudía. Pero tampoco nadie se movía de su asiento. Pasaron los minutos. Un cuarto de hora; silencio sepulcral; los actores lloraban entre bastidores; Chejov tenso; el público más. A la media hora el público estalló en un aplauso ensordecedor que duró una hora. ¿Qué paso?
Los que hayan leído a Chejov sabrán la sensación que produce la lectura de sus textos. Un silencio en el alma que explota en un júbilo estético al cabo del tiempo.
Jan Neruda es el único escritor que ha conseguido producirme, tras su lectura, una sensación semejante. La temática es muy distinta; Los Cuentos de Malá Strana (Jan Neruda, Pre-textos, 2006) se ambientan en el barrio de Praga que da nombre al título. Son cuentos urbanos, o más concretamente, cuentos de barrio, pero es un barrio que es el mundo, que es el alma. Conocía a este autor desde hace un par de años: un amigo, José, los estudiaba y me pasó alguna traducción y análisis de cuentos de Neruda. Lo más sorprendente del libro es la variedad dentro de la unidad. Me explico. En el libro puedes encontrarte cuentos de un lirismo y una poesía extraordinarios ("La Misa de San Venceslao"), de una ternura incomparable (" El Señor Rysanek y el señor Schlegel"), de una ironía cruel e incluso nihilista ("Los tres lirios" o "La que llevó al mendigo a la miseria"), de un costumbrismo puro ("De cómo el señor Vorel requemó su pipa" o de un fino humor tan amable como el de tantos. El que más me gustó fue "Charla nocturna". Siempre el final sorprende, aturde, tanto, que necesita reposo en el alma, como Chejov. Grata y conmovedora lectura.

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