viernes, abril 18, 2008
Soledad y amistad.
El miércoles por la tarde. Ocho en punto. Salgo a dar un paseo por el Retiro. Una grande y delgada nube tamizaba lo justo los últimos rayos del sol para crear una atmósfera peculiar, una luz entre siniestra y mágica. Rosas azules. Amarillas. El verdor de los árboles, con su matiz cada uno. En la rosaleda alguna rosa ansiosa florecía ya. Por los paseos centrales, aquellos de los que huía, gente corriendo. Gente en bici. Gente en patines. Perdido por los paseos de arena, marginales, embarrados, nadie. La luna asoma por oriente. Una peonza era mi única compañía. Qué necesario es, qué imprsecindible se me antoja, de cuando en cuando, buscar esa soledad acompañada, mirar todo, tocarlo: la arena, la lluvia, la hierba. Volví rejuvenecido a casa. Volví más feliz a casa. Igual, exactamente igual que hace semana y media, cuando paseé, también por el Retiro, pero acompañado por un amigo, y por los paseos centrales, con sus músicos, sus títeres, sus terrazas abarrotadas, sus niños y sus globos...
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