martes, mayo 27, 2008

No es país para viejos, de Cormac McCarthy


Es difícil dar cuenta de un libro en unas pocas líneas, y más si se trata de libros como los de Cormac McCarthy, como No es país para viejos (Mondadori, Barcelona 2006), libros complejos y profundos, de una belleza extraordinaria. Sí, no es un libro de acción, aunque ésta sea trepidante en todas sus páginas. No es una novela sobre la violencia, aunque está tan presente, no es sólo un poema sobre la sórdida California de finales de los 70, no es una reflexión honda sobre el paso de lo viejo a lo nuevo, de la tradición al desconcierto que nos causa a veces esta rara posmodernidad. Tampoco es un canto a la mujer-esposa, un viaje a la conciencia de un gran hombre con un secreto pecado a cuestas. Hay algo más. Todavía. La novela acaba (no os preocupéis, no desvelo nada a nadie) con un monólogo de Bell (otro) en el que dice que apenas ha hablado de su padre, y os transcribo las últimas líneas:

"Después de su muerte soñé dos veces con él. No recuerdo del todo el primer sueño pero era que le encontraba en la ciudad y él me daba dinero y yo creía que lo perdía. Pero el segundo sueño era como si hubiéramos vuelto a los viejos tiempos y yo iba a caballo por la montaña en plena noche. Cruzando un desfiladero. Hacía frío y había nieve en el suelo y él me adelantaba a caballo y siguió adelante. Sin decir palabra. (...) Y en el sueño yo sabía que él tomaba la delantera para preparar una fogata en alguna parte en medio de aquella oscuridad y aquel frío y yo sabía que cuando llegara él estaría allí esperando. Y entonces me desperté."

Creo que en la figura del padre Cormac McCarthy, con su biografía tan legendaria por desconocida, nos dice algo mucho más profundo aún de lo que ya hace. Ahora estoy leyendo En la frontera. Cuando lo acabe escribiré un ensayito sobre eso. También tengo en mente escribir algo sobre las semejanzas del alma castellana y la californiana, creo que tienen mucho en común; la reciedumbre, el tradicionalismo, la sobriedad incluso lingüística, la espiritualidad... En Saroyan también hay algo de esto.

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