domingo, diciembre 27, 2009


Por lo que observo, la literatura francesa, entre sus muchas virtudes, tiene la de hacer arte de lo mínimo, una especie de “poética de la brizna de hierba”. Es el caso de Bobin, Delerm y, también, de Giono. En El Hombre que plantaba árboles, Jean Giono (Los pequeños libros de la sabiduría, José J. Olañeta, Editor, Palma de Mallorca 2004) el narrador nos cuenta cómo se encuentra con un pastor de cincuenta y cinco años que planta árboles con el fin de convertir unas tierras baldías y yermas en un lugar acogedor. Es un hombre silencioso y solitario, pero amable, sonriente, cordial y feliz. La gratuidad y el amor con el que Bouffier realiza esta tarea hacen que el narrador diga de este viejo campesino iletrado que “ha sabido completar una obra digna de Dios”. Un amigo del narrador que acude a conocer a Bouffier dice de él, maravillado, que ha descubierto una forma maravillosa de ser feliz. Y esto lo puede decir el guardabosque porque el pastor actúa con afán de servicio, con amor y con gratuidad.
La edición, fantásticamente ilustrada por Michael McCudy, contiene un extraordinario epílogo de Norma L. Goodrich. La profesora universitaria tuvo la suerte de conversar en repetidas ocasiones con el autor. En una de estas charlas Giono le comentó que estaba muy contento de no haber recibido ni un céntimo por esta obra, y así participar de la gratuidad de su personaje. En efecto, los editores americanos que encargaron esta obra a Giono no quisieron publicarla y se hizo finalmente en la revista Vogue. En muy poco tiempo este breve relato se tradujo a doce idiomas en multitud de ediciones.
Aquí tenéis otra traducción del relato de Giono que acabo de encontrar en internet, pero si podéis haceros con la edición que cito disfrutaréis más; por las ilustraciones, por el epílogo, por la traducción... y por el papel.

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