lunes, enero 11, 2010



Al amanecer, cuando de mala gana y perezosamente te despiertes, acuda puntual a ti este pensamiento: “Despierto para cumplir una tarea propia del hombre” ¿Voy, pues, a seguir disgustado, si me encamino a hacer aquella tarea que justifica mi existencia y para la cual he sido traído al mundo?

Con esta reflexión comienza el Libro V de las Meditaciones de Marco Aurelio (Gredos, Madrid 1999). Cuando lo leí en la playa el sábado (oh, cómo añoro los 22 grados) acababa de despertarme de una cabezadita breve. Ahora, que me he vuelto a quedar un pelín traspuesto, me acordé de ese asombroso libro del que había oído hablar mucho, pero que nunca había leído, y ya veis, aquí ando escribiendo de nuevo en la barra.

Es una pena que luego uno descubra que este Marco Aurelio, tan listo, tan simpático, aquel padre de Cómodo en la peli de Gladiador, por cierto, no diera ese pasito hacia la trascendencia y se quedara con su estoicismo tan pulcro y tan punto.
Y en este punto me acuerdo de los replicantes de Blade Runner, Ridley Scott (U.S.A. 1982); tienen todo, son como nosotros, sentimientos e incluso recuerdos. Hasta lloran, y en la impresionante escena en la que Deckard acaba provocando la compasión de ese replicante que en la azotea llora porque al morir (le llega la hora) con él van a morir sus recuerdos. Y es que, comentábamos unos amigos que vimos la película estos días, muchos hombres son como los replicantes, viven con la amargura de saber que van a morir y piensan que con la muerte se acaba todo, pobres, como Marco Aurelio, punto y final.

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