lunes, febrero 05, 2007

Apología del Barrio I

Este breve ensayito, cuya primera parte podéis leer aquí abajo, son unas reflexiones que sin duda los que me conocéis un poco encontraréis contradictorias (sólo pienso en cambiar de barrio, en concreto por la zona del este, Rumanía). Pero creo que esto es más o menos lo que pienso cuando no me dejo llevar por mis infantiles sueños. A lo mejor suena un poco a Chesterton. A lo peor, en absoluto. El Napoleón de Nothing Hill es una maravillosa novela alegórica en la que Londres se convierte en un campo de batalla entre barrios. Y es que también hay barrios y barrios, pero de eso hablaremos otro día. Mañana os comentaré una visita a una exposición de Chillida que hice ayer. Un saludo y gracias por los comentarios.



El barrio. El barrio humaniza la ciudad. El barrio humaniza nuestras vidas. El barrio es el mundo, es el cosmos, el microcosmos en el que se desarrolla nuestra existencia.
Cuando éramos niños, salir del barrio equivalía a salir del mundo, a realizar un viaje intergaláctico por el universo. En el barrio lo teníamos todo; la tienda de chuches, los parques, los amigos, el colegio, la iglesia… El barrio era todo, y más allá de la frontera del barrio se extendía un mundo nuevo que nos infundía temor y atracción, aventura, curiosidad, extrañeza… El barrio tiene sus tiendas y sus gentes, gentes que conoces, que quieres, seres entrañables que a pesar de sus nombres se auto-trascienden; no era Paco, era El Lechero, no era Lucía, era La Panadera, no era don Crestencio, era El Cura. Eran hombres, pero también eran los protohombres y una especie de aureola mítica los ensalzaba, y todos los lecheros eran Paco, y no podía existir un lechero que no fuera Paco, en todo caso había lecheros que eran como Paco. El barrio son calles, plazas, parques, edificios, el edificio bonito, el feo, el nuevo (nuestra primera educación estética nos la dio el barrio). El barrio es donde la infancia se reconoce. El barrio es el lugar casi místico al que volvemos para reconocernos.
Luego nos hicimos mayores (adolescentes) y viajamos. Una especie de ansiedad nos hacía viajar, primero, más allá de las fronteras del barrio, a otros barrios. Suerte de viaje iniciático al mundo de aventuras, de misterios, de sueños, de libertad. Y así nos íbamos apropiando de muchos barrios, de muchos lugares que hacíamos nuestros al tiempo que nos desarraigábamos. Nuestro ser pedía más lugares de encuentro, mayor amplitud, como nuestro cuerpo pedía más espacio, más.
Y seguimos creciendo. Y un prurito cosmopolita nos hacía viajar. Ya no queríamos salir del barrio, queríamos salir de los barrios, de la ciudad. Ya no éramos de la Alameda, o de Moratalaz, o de la Estrella, o de Vallecas; éramos de Madrid, o de Valencia, o de allá, o de allí. Pero también queríamos dejar de serlo. Queríamos ser ciudadanos del mundo, del amor y de las flores; Roma, París, Londres, América… Volvíamos a la ciudad (nunca al barrio) y la mirábamos con desprecio, por encima del hombro.
Y volvimos a crecer, a formar una familia, quizás, o a comprometernos con un ideal o con un amor o con una sociedad. Y volvimos irremediablemente al barrio. Porque el falso romanticismo que nos hizo buscar la humanidad, la libertad y el amor más allá de las fronteras del barrio nos enseñó que todo eso se encuentra únicamente en el barrio, en sus tiendas, en su quiosco, en su iglesia y en su vecino. Entonces el barrio (seguramente uno distinto al barrio primero de nuestra vida) volvió a ser El Barrio. Y encontramos en él, después de una larga e inevitable búsqueda, la humanidad tras la que andábamos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Bravo! Olé!... esto si que tiene consistencia, forma, color, algo que huele y que sabe, como un buen solomillo, a diferencia de la insípida e inolora globalización que nadie sabe como se come a pesar de que todos los días aparece un nuevo gurú que nos ofrece una especie de cubiertos que nos permitirán, eso dice, ingerir tamaña hetereidad. Gracias. Un quidam.

Anónimo dijo...

tengo que reconocer que me ha encantado tu ensayo sobre el barrio; es como asomarse al corazón de cada uno para hablar de lo que le sigue haciendo hombre.
Me encantaría que hicieras un pequeño ensayo acerca de cómo es "tu" barrio; de tu panadero, de tu camarero, de tus vecinos...
Sería como verme reflejado en un ambiente que también lo llevo en el alma. Gracias por retornar al romanticismo más auténtico.

Anónimo dijo...

Lo haré, en tono épico y cercano, a ver qué tal refleja la realidad. Este fin de semana dame un poco de tiempo). Gracias por tu cometario.