domingo, diciembre 13, 2009

Hamlet, la estación y el tabaco

Esta semana han ocurrido demasiadas cosas extraordinarias como para contarlas todas, así que me limitaré a contar tres.

El viernes era el cumpleaños de un amigo y le apetecía ver Hamlet, de Kenneth Branagh, pero claro, la versión normal, no la extendida… Yo dije que la tenía y la vimos, pero no era la corta, y mejor, claro, lo malo es que me fui a la cama a las tres. Me pasó lo que descibe Lampedusa en sus ensayos sobre Shakespeare (Giuseppe Tomasi di Lampedusa, Nortesur 2009). En ese libro comenta una por una todas las obras del genio inglés, pero cuando llega a Hamlet… se calla, no dice nada porque nada se debe decir. Experiencia estética inolvidable.

El sábado por la noche, misteriosamente y después de muchos avatares que omito acabé con tres amigos, unas pipas y una cerveza en una estación de tren semi-abandonada en Ortigosa del Monte declamando poemas de Bécquer, Quevedo, Lope, D’Ors, y muchos otros.

Y por último, otro día bajé a comprar tabaco a mi bar (que lo fue antes de José Hierro, como sabéis), es decir, a mi Parisiena. Y el caso es que estaban hablando de mi cole, que es del barrio, y del Opus Dei, (no con toda la precisión que se debería, pero por desconocimiento, nada más). Pablo, el dueño del bar, que me conoce, sonriendo me hizo un gesto y me invitó a tomar la palabra. Total que estuve más de una hora conversando con los encantadores parroquianos de mi barra no virtual. Como yo había bajado a comprar tabaco no sólo para mí, sino para otro amigo, pensando que me podía haber pasado algo, fue a buscarme y al verme tomar las varias cervezas a las que gentilmente me estaban invitando, se enfadó un pelo y me pidió el tabaco. En fin, la vida del bario, tan maravillosa, que te hace perder horas de sueño pero también te hace ganar amigos, conocidos, conversaciones y risas por doquier.

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