martes, diciembre 08, 2009

Las olas


Esta historia es una más, tan real como que hoy es 8 de diciembre de 2009 y que hace casi un año esto ocurrió, y que esto se escribió... Lo malo es que hoy, ayer, durante estos meses sigue ocurriendo; en Canarias, en Madrid, en todo el mundo. Y yo que me quejo de la insidiosa alergia... La alergia es un lujo que sólo podemos permitirnos algunos...


Es la una de la mañana. En la sala de espera del aeropuerto apenas hay diez personas. Quiero fumar un pitillo y subo a la terraza. El aire de Canarias es saludable. El humo de mi cigarro es especialmente blanco y denso en esta noche estrellada. A lo lejos se oye el continuo batir de las olas (lo mejor de Canarias es, sin duda, el ruido del mar). Vuelvo a casa, a la tierra castellana, a los horizontes chatos de neón y cristal. Vuelvo a casa, con los míos y mis trajes, mi cerrada vida social, mis deberes y mis clases. Vuelvo a casa.

No sé porqué me vuelve a la memoria. Quizás sea el batir de las olas, allá, en el mar. Yo sabía que mi amigo arriesgaba y apuraba demasiado con la moto. Íbamos sin rumbo, como hacíamos siempre. Acabamos en los suburbios portuarios de la ciudad, el último muelle. También sabía que en aquellos viejos e inservibles barcos que nunca volverían a navegar vivía gente, gente sin papeles, sin dinero, sin otro hogar mejor. Esas gentes que se instalaban en el mar acababan sus días en el mar.

Cuando subimos a aquella barcucha que milagrosamente flotaba no sabíamos que nos encontraríamos con aquella chica, tan guapa, tan frágil, tan sola... Sola con un niño de apenas tres meses.

¿Dónde está tu madre?

No sé. ¿Sois policías?

Ella misma se dio cuenta de la evidencia, así que seguimos conversando.
¿Necesitas algo?
De ustedes, no. Gracias.
Continuó la conversación. quella muchacha vivía sola con su hijo. No era canaria ni española. Simplemente era un ser humano que quería vivir, cuidar a su niño y hacerlo feliz, algo que ella era pero por motivos demasiado abstractos: amaba. Intentamos explicarle la cantidad de servicios sociales que existen en España. Nos dijo que ya, que sobre el papel es todo muy bonito. Después de contarnos lo que tenía que hacer para pagar ese alquiler ilegal y dar de comer a su hijo se nos hizo un nudo en la garganta.
Volvimos a la moto. En el camino de vuelta no hablamos. Pensábamos qué podíamos hacer. Tanto enredo de mafias, la policía, a la que sin duda había que esquivar. El batir de las olas. El sol espléndido y la tormenta dentro de esa pequeña embarcación oxidada. Apenas dormí esa noche. A la mañana sigiente mi amigo me confesó que le sucedió lo mismo:

Pero seguro que hay alguna forma de ayudar.

Al menos pudo contárnoslo, desaogarse, llorar.

Sí, pero...

Sí, pero eso quizás es lo mejor que podremos hacer por ella.


Ahora no me cabe duda de que no sólo era lo mejor que podíamos hacer por ella, era lo único, y sin duda, lo mejor.

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